La Hora de la Digestión
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"Obligado" a vivir 102 años.

“Obligado a vivir hasta los 102 años”…

 

Me lo soltó como si tal cosa mientras se tumbaba en la camilla de exploración de la consulta. Sin inmutarse confesó que estaba obligado por contrato a no morir antes.

 

Mi padre falleció a los setenta y ocho años, mi tío Enrique a los ochenta y seis; y ahora no se por donde tirar. En realidad firmé un contrato hasta los noventa y seis, veinte más que mi tío, pero luego me di cuenta al leer la letra pequeña que podía prolongar algo más y ahí me equivoqué. He estado en el Norte de Europa, en América del Sur dos veces… Me he movido “más que ná, y no se donde coño voy a tirar”.

 

-“Don Fernando, ¿como es ese dolor que tiene usted en el costado?, ¿se acentúa con alguna postura?”

-“No, no he notado cambios por eso. Lo que si he notado, es que cuando estoy en la ducha y me aplico calor, a mi me da la sensación de que se me alivia”.  

 

- “Entonces, no ve usted que haya por ahí ningún tumorcito de esos que dicen: tiene usted un tumorcito”.

- “No Don Fernando, yo no veo ningún tumor”.

-“Ni yo tampoco, por dentro todo está bien”

- “Pues eso, por dentro lo veo todo bien”

 

Don Fernando es de esas personas hechas a si mismas, sólido en el trato, difícilmente se mueve de su posición. Con una voz clara que me recuerda un poco a la del gran Gila, a primera vista parece un personaje de película, pero rápidamente uno se da cuenta de la fortaleza mental de este verdadero caballero. Cualquier tema que se tratase, él opinaba con claras y esquemáticas sentencias, como si hubiese dedicado la vida a almacenar en la memoria profunda vastos conocimientos sobre el comportamiento humano y a elaborar sencillos resúmenes que quedaban alojados en la memoria inmediata, prestos a ilustrar a todo aquel que se cruzase con tan peculiar señor.

 

Ya no se fabrican ni hombres ni exprimidores como antes. Antes te regalaban un exprimidor Braun cuando te casabas y después de treinta años y tres divorcios, tus mujeres se han operado de prolapso, tu de próstata pero el “aparatito de marras” sigue haciendo zumos como el primer día. Las cosas y las personas eran “para toda la vida”, y Don Fernando pertenece a ese grupo de caballeros de otra época, que no necesitan llevar “jazmines en el ojal” pues su sola presencia deja entender al primer “golpe” de conversación, que están hechos de otra pasta, entienden al instante y sin rodeos, de qué va la cosa. Son gente rápida, criada en la calle, acostumbrada a utilizar todos sus recursos para sobrevivir, gente que mata dos pájaros de un tiro, como Nicola di Bari, que estando en Buenos Aires le escribió una carta de amor a su novia y antes de entregársela a su vuelta, decidió quedársela para letra de una canción.

 

Nicola di Bari cantaba en el teatro Romea de Murcia ante su público. No el de ahora, sino el mismo de antes algo perjudicado por el paso de las pizzas; me refiero a las de “cuatro estaciones”. Este cantautor italiano que tuvo el mérito, a pesar de haber nacido en el sur, tener cara de camarero en el Puerto de Santa María y comprar las gafas en la misma óptica que Alfonso Guerra, ganó por dos veces el festival de San Remo, que no es “moco de pavo”. A sus setenta y cinco años, su voz quebrada evolucionada a disfónica, su aspecto de otro siglo y la senilidad de su físico no provocaban sino respeto, incluso cuando se le iba la letra o corregía abiertamente a sus músicos, solo extraía cariño del público. Mi mente gaditana, tengo que reconocer que a veces andaba sola, y mis labios disimulaban una sonrisa pensando que de un momento a otro interrumpirían el concierto para sortear una prótesis de cadera entre los asistentes como excusa para aplicarle oxígeno en el camerino; pero era solo un segundo, que al instante me embargaba un sentimiento de ternura hacia mis compañeros de fila que absortos en sus recuerdos tarareaban las canciones de amor.

 

- “Don Fernando, en fin, quería preguntarle: ¿cuál es su contrapartida para vivir ciento dos años?, ¿a qué le compromete a usted ese contrato?”

- “Tengo que leer dos horas cada día. Esto es muy importante para mí; no he de ver la televisión, no puedo perder tiempo en eso, solo veo una película cada noche; voy al campo a diario y paseo a caballo.”

- “Lo que usted decía, que no podía parar”.

- “Eso es, no puedo dejar de trabajar, de hacer cosas, y si veo a alguien que necesita ayuda, he de prestársela”.

- “Pues serán muchos, que la cosa está mal”.

- “La cosa está mal, está más parada… que una avispa en un pilar”.

 

Don Fernando había conseguido lo que pocas personas consiguen, la libertad. Había alcanzado la independencia extrema en todas las facetas de su vida, la había cultivado y perfeccionado hasta hacer de ella el eje en que se sustentaba su existir, y ahora ese contrato le amarraba en un maravilloso círculo vicioso, en un maravilloso “día de la marmota”, en el que se obligaba a si mismo a ser feliz para poder vivir mejor, y a vivir mejor para vivir más y extender así su felicidad.

 

Cuando Nicola di Bari explicaba la belleza de aquella noche en la que compuso “chitarra suona piú piano”, yo imaginaba a Don Fernando al amanecer paseando por los alcornocales, y escuchando “la prima cosa bella”, pensé en que Don Fernando, ese hombre maduro a pesar de su edad avanzada, como mis vecinos del teatro, a buen seguro que debió haber perdido algún amor de juventud y optó por hacer “gitano” a su corazón dejando escapar algún que otro amor en pos de la libertad.

 

El devenir del tiempo nos convierte en jóvenes con experiencia, pero nunca vivimos tanto como para conocer todos los secretos de la vida. Los que más saben más conocen de sus carencias y prorrogan los contratos consigo mismos con idea de alcanzar esa plenitud que nunca llega. En esa singladura lo que si es seguro que hemos de tropezarnos con inconvenientes que desequilibra la felicidad y es el momento de sentarnos a negociar entre nosotros mismos y nuestros miedos e iniciar el trueque que nos permita seguir en el juego.

 

- “A ver, Don Fernando, como le decía, creo que está todo bien por ahí dentro, y aunque no suelo hacer chequeos a partir de ciertas edades, en su caso estoy por ayudarle a cumplir su contrato y estudiarle en profundidad, que es lo que usted desea ¿no es así? Haremos una endoscopia para asegurarnos…”

 

Doctor Carlos de Sola Earle

Instituto de Enfermedades Digestivas de Marbella

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