La Hora de la Digestión
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El hombre hueco

Si os digo que cuando comienzo a escribir una de estas historietas, no siempre se que voy a contar y es más cierto que nunca conozco como las voy a terminar. Esto es lo que me pasa ahora, aunque si tengo claro el mensaje que me gustaría trasmitir.

 

El hombre hueco se acercó a mi consulta una tarde con la voz apagada, esa que se nos pone cuando estamos temerosos, nos sentimos pequeñitos, poca cosa, cuando pensamos que estamos perdiendo el pulso contra la vida. El hombre hueco veía como se le extirpaba un trozo de futuro con cada operación.

 

A este gaditano triste, cosa rara pero posible, le empezaron a ahuecar a los dos meses de edad. Esta primera vez fue poquito, si bien le dejó una buena cicatriz “de recuerdo”, le intervinieron de una estenosis hipertrófica de píloro. Ya de bebé le abrieron la barriga para darle un “repaso” a la válvula de salida del estómago, que venía defectuosa de fábrica. Le pasaba lo que al tubo de escape de un Volkswagen, que no se abría ni para dejar pasar los gases, aunque en este caso los médicos no tenemos ni idea de quien ha trucado el programa electrónico.

 

Por la obstrucción a la salida del estómago pasó sus primeras semanas de existencia a base de vómitos. Supongo que la primera etapa de vida fuera de su mamá no fue muy feliz que digamos y ya debió dejarle una impronta triste. También de pequeño tuvieron que quitarle el apéndice, ese agente secreto que todos llevamos de serie y que sigue inflamándose sin que los médicos hayamos sido capaces de encontrar  la vacuna que lo impida.

 

Resulta que su vesícula biliar criaba cálculos, y ni el ni nosotros sabíamos el motivo. Se acordó en su momento que lo mejor sería… a ver si lo averiguan: eso es, son ustedes muy listos, se decidió operar y quitar esta bolsita para almacenar la bilis. Antes de que se descubriese que las úlceras duodenales eran causa de una infección por Helicobacter, el “hombre hueco” padeció una hemorragia digestiva y “se ganó”  la extirpación de parte del estómago y el duodeno.

 

Este caballero, me pongo en su lugar, debió sentirse como una tarrina de helados a la espera de que el heladero abriese la vitrina, blandiendo el sacabolas y le sacase un pedazo para rellenar un cucurucho tras otro. Siempre me llamó la atención oír a las mujeres decir “me dejaron hueca” para referirse a que habían sido sometidas a una extirpación de útero y ovarios, y ahora atendiendo a Antonio, se me vino a la mente esta definición.

 

Siendo joven se debió quitar la mitad del colon tras padecer diverticulitis de repetición.  Como Santillana del Mar, esta es la enfermedad de las tres mentiras: no es divertida, no tiene que ver nada con el culo y no es una enfermedad quirúrgica. Y sin embargo, los médicos nos empeñamos en operarla por pura incapacidad. A Don Antonio, el “hombre hueco”, le falta medio riñón, y digo yo, “a ver si inventamos algún sistema de esos que anuncian por la radio para que no nos críen cal las tuberías o alguna pastilla como las que echamos al lavavajillas para que las copas salgan relucientes”.

 

Después vinieron un par de operaciones de hernias. En esos casos no le “ahuecaron mucho”, pero debió pensar Don Antonio sobre el por qué unas personas tienen debilidad en los tejidos y otras no; pero menos mal que no me lo preguntó.

 

El motivo de venir a verme eran unas crisis de dolor abdominal que venía padeciendo en los últimos años. Poco más de cuatro décadas tenía don Antonio cunado lo conocí y además de lo anterior, en los últimos años contaba seis intervenciones más en su abdomen. Las veces que acudía a urgencias con las crisis le detectaban signos de obstrucción de intestino delgado y le volvían a “abrir la vitrina” y muchas de ellas se ganó la extirpación de un trocito de intestino delgado. Nuestro “hombrecillo hueco”, prudente y entregado se ofrecía una y otra vez a los médicos para dejarse abrir su tarrina sin rechistar.

 

“Mis ojos y mis manos como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a los cirujanos”. Si me permitís un toque de actualidad: que sería de las canciones del catalán sin los versos de aquel señor de Orihuela.

 

Para más “lo que se os ocurra o tengáis costumbre pronunciar”, Don Antonio había dejado extraerse medio páncreas con su consiguiente “cacho” de duodeno y de vía biliar ante la sospecha de que las crisis de dolor tenían origen en una supuesta pancreatitis crónica.  Este señor seguía “entrando en los algodones como en las azucenas” , y si es cierto que las inflamaciones de la glándula pancreática producen a menudo un dolor puñetero y trabajoso de quitar, no era este el caso del “hombre hueco” que sin páncreas seguía con síntomas.

 

Os juro que cuando vino a la consulta pensé para mi, “qué le va a doler a este tío, si ya no le queda nada en la barriga, si está hueco el pobre mío”.

 

Si que le quedaban cosas, le quedaba tejido susceptible de enfermar y aunque poca, aún le quedaba ilusión, y yo no quería quitársela. Ahora mas de un año después de la primera visita, después de que le explicase que padecía una paniculitis mesentérica, una enfermedad de la grasa intraabdominal que había pasado desapercibida y cuyos síntomas se habían confundido con otros procesos, parece que el tratamiento le ha conseguido quitar el dolor y hacer una vida normal. Mas de un año que nos conocemos me permito bromear con el:”Antonio, voy a escribir tu historia, te voy a llamar el hombre hueco ¡No puedo decirte exactamente a que se debe tu enfermedad, pero al menos no te he operado!”

 

La pequeña ilusión residual se ha reproducido en la mente de Antonio y como los papeles que se meten en los bolsos sin estrenar, parece que se ha extendido por su cuerpo y ha ido rellenando los huecos. “Oye Antonio, ¡ estás echando barriga! “ Discúlpanos, que los médicos como colectivo funcionamos enlazados, no cobramos derechos de autor como los de la SGAE y altruistamente estamos estudiando y trabajando mucho y pasándonos información entre nosotros para en el futuro rellenar esos huecos que aún tenemos en el conocimiento de la Medicina”

 

Gente como tú cada vez, quiero pensar, serán los menos. En cualquier caso admiro tu sacrificio en pos de obtener La Libertad, añorada por Miguel Hernández y cantada por Serrat, de vivir con salud.

 

Doctor Carlos de Sola Earle

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