Es verdad que he conservado bastantes cosas en estos cincuenta años, entre ellas el pelo. Digo yo que será por eso que genero envidia sana en algunos hombres, y quiero pensar que también un poquito de interés en algunas, que no muchas, mujeres. La cuestión es que cuando personas que hace mucho que no me ven, se tropiezan conmigo, me dicen que estoy muy joven; cuando los pacientes acuden años más tarde a revisarse comentan “está usted igual que siempre, no pasan los años por el doctor…” Y a consecuencia de ello, unos y otros preguntan con reiteración cual es el secreto, y hoy os lo voy a contar.
Sus ojos lo dicen todo, celestes casi transparentes, aun brillan delatando su felicidad, dejando entrever lo que su cerebro imagina y ansía. Sonríe impaciente mientras se sumerge en el agua, este anciano veterano de la segunda guerra mundial vivió el desembarco de Normandía en primera persona, y ahora, a sus noventa y tres años, sesenta y nueve después de la masacre, vuelve a sumergirse con un moderno minisubmarino para explorar los restos de los barcos naufragados en aquella misión.
Aquel día, nueve de cada diez soldados de la primera andanada cayeron muertos o heridos y sin embargo, el recuerdo de las miles de bajas y todas las penalidades no impiden a ese anciano, con sonrisa de niño, disfrutar de su reencuentro con las profundidades. A su edad se introduce con suma agilidad por el orificio superior de una especie de tetera, en la que apenas caben dos personas, sin que parezca incomodarle la falta de espacio ni la postura. Permanece atento observando el paisaje del fondo marino del Canal de la Mancha a través del gigantesco ojo de buey. Sin gafas, con la mirada fija en las profundidades, apenas parpadea.
Cualquiera habría esperado de ese osudo y espigado anciano, que se hubiese derrumbado o entristecido, que torciese el gesto al rememorar vivencias pasadas dentro de ese cíclope de metal al que le invitaron a entrar, tanto tiempo después de que bajase de otro submarino, en esa ocasión, de guerra. Los malos recuerdos aparecen cuando menos te los esperas, brotan de pronto y se apoderan de la mente y el cuerpo hasta inutilizar una y otro, pero no le ocurrió eso a nuestro entrañable personaje.
De hecho, creo que la mayoría de las personas que se viesen en esa misma circunstancia hubiesen reaccionado mal. Se habrían decantado hacia el polo triste del espectro de sentimientos. Pero este
señor no lo hizo, y su actitud me genera no desconcierto, sino cierta curiosidad. Muchas veces me he visto en situación parecida y hasta ahora no había analizado el por qué elegí el optimismo y no la
tristeza.
A la mañana siguiente, aún pensando en ese “chaval” estadounidense, me impactó oyendo la radio una noticia relatada por el presentador de la emisora en cuestión con una impecable profesionalidad,
pero sin recalar en las consecuencias. La noticia de la que os hablo es el asesinato en Murcia de dos niñas a manos de su padre, quien terminó por suicidarse. Algo tremendo, que no necesita
comentario, y de lo que solo quiero apuntar alguna idea respecto a las causas, con idea de ayudar a evitar que estas cosas ocurran. Seguid el hilo que al final lo enlazareis todo.
Todo en la vida se rige por las reglas de la matemática. Cualquier cosa avanza o retrocede en base a un cociente; todo está sujeto a un numerador y a un denominador; hay elementos que suman y otros que restan. Está claro que el destino de la empresa es el resultado de un balance de ingresos y gastos; también lo saben las “amas de casa”, las de antes lo sabían muy bien, y las de ahora supongo que también, lo saben hasta los niños que coleccionan cromos, los que controlan las depuradoras de residuos saben que si llega más de lo que se recicla, han de abrir los colectores emisarios y ensuciar nuestras playas.
Lo saben los que comen más que gastan, y los que adelgazan porque gastan más que comen, aunque a algunos de los que componen estos últimos dos grupos, el subconsciente les impida entenderlo.
Pienso que en las ecuaciones matemáticas que conforman los desenlaces en los avatares de la vida, debe haber elementos que aportan y otros que quitan. En el numerador, estaría el trabajo dedicado a conseguir una meta y la ilusión de alcanzarla y en el denominador, tendríamos los problemas e inconvenientes que se nos presentan a todos según pasa el tiempo, como podrían ser: la enfermedad, la soledad, las dificultades económicas, etc…
En las fórmulas que rigen el resultado de nuestros proyectos, además de elementos que ayudan y otros que dificultan, se aplican coeficientes de corrección, el elemento genético, la suerte y a mi modo de ver la educación que, como bien sabéis tiene mucho de imitación.
Los medios de comunicación, tan populares, tienen mucho poder educativo, por la capacidad divulgativa y por simple imitación de lo que ahí se enseña o dice. Sin querer ser negativo, sino por todo lo contrario, sin querer restar mérito a la buena labor de los profesionales de estos medios, y con mi reconocimiento a su divulgación cultural en general, entiendo que hay detalles en los que deberíamos todos pararnos un poco más. Y a mí, por deformación profesional me impactan los detalles médicos.
Andaba de residente en Granada, haciendo el M.I.R. en Medicina del Aparato Digestivo en la Ciudad Sanitaria Virgen de las Nieves, haciendo como se suele decir, “más guardias que el palo de la bandera”, y en una de éstas, vimos caer por el hueco de la escalera una chica que tras tirarse al vacío con ideas suicidas desde el undécimo piso, quedo moribunda con lesiones graves por aplastamiento en el suelo del sótano. No recuerdo si falleció, pero sí, que poco después se sucedieron casos similares de personas que procedentes de pueblos alejados de la capital, venían a ese mismo lugar con la fija idea de suicidarse de igual modo. Tal fue el problema, que los responsables del hospital debieron instalar barras protectoras para disuadir a futuros suicidas, que hoy día pueden observarse si visitan Ruiz de Alda. Como ocurrió en aquel pueblo, “una vez talado el árbol del ahorcado, desaparecieron estas conductas”. Esta anécdota la recordé al darme cuenta de que estos casos de asesinatos de padres a hijos, con la única idea de hacer daño a la madre, se están repitiendo recientemente.
No os perdáis, sigo con el proceso de imitación, tan importante en la educación. Me detengo en este gran factor de corrección en la fórmula que calcula el resultado final de las acciones afrontadas en la vida... Por ejemplo, si el telediario muestra escenas de personas realizando por Internet las compras del “Black Friday” americano, es probable que mucha gente gaste los cuartos comprando unos Levy’s de importación o aproveche para encargar novedades electrónicas y de paso, contribuya a incrementar el déficit comercial del país. De igual forma, en esta España de “televidentes”, que diría José María Carrascal, y “escuchantes”, como a los que se refiere cada fin de semana Pepa Fernández en Radio Nacional, la reiteración de noticias agresivas terminaría generando conductas de imitación.
Y eso es lo que creo que está pasando. Habréis recalado en como se repiten “de un tiempo a esta parte” las matanzas en EEUU, país en el que se puso de moda entrar en un colegio y ametrallar niños. Pienso que en España ocurrió lo mismo con la violencia de género y ahora con el asesinato de los propios hijos con fines vengativos. Me temo que estas prácticas están adoptando tintes de imitación y como tantas otras cosas en nuestra sociedad, se hacen si se conocen, y se hacen más si otros también lo hacen, que el mal de muchos limpia conciencias y suaviza las vergüenzas.
En estos tiempos de crisis, muchas dificultades se están poniendo en el denominador. Nos queda el trabajo para compensar, que parece escasear; la suerte y la genética son elementos que no podemos controlar; por tanto, el coeficiente corrector de la imitación es importante que tome signo positivo. Es bueno que por los medios de comunicación lleguen las tragedias de la realidad para que estemos completamente informados, pero también noticias positivas para compensar.
Como estamos deduciendo, la fórmula vital de cada uno está sujeta a elementos que no controlamos, pero en nuestras manos quedan la ilusión y el optimismo que ponemos a todo lo que hacemos. La ilusión debieron haberla perdido la chica que quiso suicidarse en Granada, también esos padres que asesinaron a sus hijos y a bien seguro, cuando estaban ofuscados, no se debieron cruzar en sus pensamientos conductas positivas como la del anciano veterano de la segunda guerra mundial, que ha conseguido superar los fantasmas de la guerra y ser un feliz longevo con pelo y buena vista. Justo en esos momentos críticos, nadie les contagió ilusión.
La ilusión es el elemento decisivo. Parece que las personas que se ilusionan y las que se enamoran segregan más dopamina, se sienten más jóvenes y su cerebro más fresco para afrontar dificultades. Es
bueno y hasta necesario ilusionarse e imitar lo que merezca ser imitado, aunque , eso sí os debo decir, el documental del que os hablo es mucho menos difundido que las noticias negativas comentadas
en el artículo. De la ilusión dependerá que se nos caiga menos el pelo, tardemos en ponernos gafas y muchísimas cosas más.
A pesar de que los seres humanos derrochan mucho trabajo y empeño en sus lucha diaria, no todos gozan de denominadores livianos, ni disponen de coeficientes de corrección genéticos favorables, ni siquiera de la suerte necesaria para compensar las fórmulas que llevan a decisiones de progreso. Para estos casos la aportación de expertos y ancianos ha sido por generaciones un elemento corrector de las sociedades desde muy antiguo, que por desgracia estamos perdiendo.
Estas personas que han vivido tanto y tantas cosas, saben en cada momento como actuar. Si en los medios de comunicación tuviesen más relevancia y todos imitásemos sus gestos, no sería necesaria organización alguna. “Chinpún”.
Doctor Carlos de Sola Earle
Instituto de Enfermedades Digestivas de Marbella.
www.lahoradeladigestion.com