La Hora de la Digestión
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La historia del gallego que no podía comer

 

 

 

Sentado al otro lado de mi mesa, enchaquetado, erguido, mas parecía en disposición de jurar sobre la Constitución una cartera ministerial que a abrir la carpeta para mostrarme los diferentes análisis e informes de las múltiples endoscopias, estudios radiológicos y exploraciones complementarias a las que había sido sometido en los últimos dos años.

 

“Buenas tardes Don Manuel, ¿cómo está usted?”, le comenté mientras se acomodaba; “no muy bien, ya ve doctor, por eso estoy aquí, para ver si puede ayudarme”, me comentó el caballero. “Llevo dos años consultando a médicos y no consigo recuperarme”.

 

En estas circunstancias siempre pensaba lo mismo, he de encontrar una frase para saludar a los pacientes, con la que se sientan realmente saludados, me decía a mi mismo. Pero no había tiempo que perder, se me adivinaba interesante resolver el problema de este buen hombre.

 

Pregunté por sus antecedentes médicos al tiempo que observaba a este señor, poco dado a la sonrisa; un gallego hecho a si mismo que había “juntado dinero” vendiendo tendederos y palillos para la ropa a medio mundo. Le habría echado unos sesenta y cinco, a lo más setenta años; reconozco que me sorprendió saber que tenía cerca de noventa.

 

“Cuénteme, ¿qué le pasa exactamente?, ¿qué le ocurre a su aparato digestivo y en qué le puedo ayudar?” Me quedé esperando pacientemente y cuando me explicó su dolencia, no pude hacer más que reacomodarme en el sillón, como siempre que atiendo algún problema a los que yo clasifico como “fuera de protocolo”. Ya relajado y con los cinco sentidos en mi paciente, tomé nota del motivo de la consulta: ¡llevaba dos años alimentándose a base de crema de calabacín!

 

“¿Cómo dice usted?, ¿es lo único que come?”. Me confesó que en los últimos dos años apenas podía comer, su cuerpo no le permitía alimentarse y apenas conseguía ingerir sólido, y se sustentaba gracias a poco más que ese lechoso y verdoso producto vegetal.

 

Su problema, no por simple que pareciese era fácil de resolver.  Los médicos como los detectives necesitamos encuadrar el problema dentro de algún grupo de padecimientos, y éste se me adivinaba engañoso. Habían sido antes que yo varios los colegas que comenzaron a estudiar el cuadro clínico enfocándolo de diferentes maneras. En resumidas cuentas y para simplificar, un paciente que no come o no tiene apetito o no puede tragar.

 

Para encontrar causas de inapetencia, a Don Manuel le habían realizado varios análisis y algunas pruebas de imagen sin encontrar ni una “pistilla” que ayudase a encontrar el diagnóstico.

 

La dificultad para tragar la llamamos disfágia y, para que nos entendamos, como si de un coche se tratase, un señor que no puede tragar puede tener tres causas: que le falte alguna pieza, que tenga un problema de chapa o un fallo eléctrico.

 

Y como quiera que este señor de Ourense  lucía una impecable dentadura, no presentaba ninguna estrechez en el esófago en las endoscopias previas ni alteración neurovascular alguna que impidiese el correcto funcionamiento del sistema de deglución; de inmediato volví a la primera intuición, el problema del gallego puede tener una explicación simple, pero para nada será una causa corriente.

 

Una vez comprobé que había sido estudiado el aparato digestivo superior de este paciente tan ágil como fuerte, sin que los compañeros hubiesen encontrado atisbo de anomalía en su estructura o funcionamiento,  me dispuse a ver las cosas desde otro punto de vista.

 

_ “Me dice usted que apenas puede comer, ¿no es así?”.

_ “En efecto, por la mañana me tomo un café con un sobao y un zumo de naranja; por la noche un café con el sobao, sin el zumo; y para almorzar...”

_ “Para almorzar, la crema de calabacín”, me adelanté sabiendo lo que me habría de reiterar.

_  “Eso es”.

 

“Joder con el gallego, con lo lustroso que está el tío”, me pensé yo. “Y dice que no come”…

 

“A ver, Don Manuel, ¿dónde vive usted?, cuénteme sobre su familia”, le comenté con idea de buscar otra puerta de entrada al problema; queriendo abrir la conversación y buscar algún hilo que me llevase a resolver el problema. No son pocas las ocasiones en las que con paciencia, a lo largo de una charla se van despejando incógnitas o aflora a la mente del paciente algún detalle clave para resolver el enigma.

 

- “Pues mire usted, resulta que vivo en Marbella hace más de veinte años, me vine aquí con mi esposa y estoy solo desde hace 6 años. Desde que ella falleció apenas salgo ni tengo contacto con mi familia, no salgo apenas de casa, no veo la televisión y hace dos años que no puedo comer nada sólido, solo me alimento de”…

_ “ De crema de calabacín, ¿no es eso?”

_ “ Si señor, y he ido a muchos médicos pero no encuentran la causa”

_ “A ver, ¿y dice que sus hijos no contactan con usted?”

_ “Mi hijo mayor me llamó la semana pasada, él vive en Francia”.

_ “Muy bien, me alegro mucho, ya es algo”, comenté queriendo animarle. “¿Me dice usted que no ve la tele, un gallego, no me puedo creer que no vea usted los partidos del Celta?”. Se me vino a la mente mi abuela Mercedes, nacida en La Línea solo salió del pueblo en su viaje de novios a Madrid, y sin embargo era aficionada al Celta de Vigo; esta pregunta era clave para desenmascarar su estado de ánimo, pues ser del Celta es para sus seguidores como una religión.

_ “Casualmente, este pasado fin de semana puede ver un partido que retransmitieron, ganó por cierto”.

_ “¡Cuánto me alegro! ¿Y no tiene usted amigos ni nadie que le haga compañía?

_ “Tengo un perrito; bueno, y una pandilla de amigos, como decimos en el Norte. Salgo a mediodía con ellos”

_ “¿Cada día?”

_ “Sí, salimos a un bar que tenemos en el barrio. Allí echamos un rato de charla.” Contestó como si nada.

 

La cosa parecía cambiar. Aseguro que en ningún momento perdí la paciencia, pero confieso que estaba deseando hacerle esa pregunta.

 

_ A ver Don Manuel, “y dice  usted que sale cada día al bar de la esquina con sus amigos. ¿Allí también dice usted que solo toma crema de calabacín?”

_ Me suelo tomar unas copitas ….

_ “¿ y de comer?”, pregunté con calma, no vaya a ser que se rompiese el clima de confesión, mientras me acercaba al borde del sillón e inclinaba mi cuerpo apoyándome en la mesa impaciente de oír la respuesta.

_ “Tomamos unas tapitas, lo que pongan ese día; un poco de jamón, queso, alguna ración. Tomamos dos o tres rondas cada día mientras tertuliamos”

 

Ya lo tenía, entendí el problema y me fui animando. Entonces me fue contando que algún domingo iba con un amigo médico a un asador.

 

_ Vamos a ese sitio, al de la polémica del tabaco y me tomo unas almejas.

_” De Carril, imagino, Don Manuel. ¿ Y de segundo?”

_ “Esa parte de la merluza que es más jugosa“

_ “Unas cocochas, seguro que es eso, que en ese asador las ponen muy ricas”

 

Don Manuel, ese gallego lustroso que solo comía crema de calabacín, en realidad no tenía un problema para tragar algunos alimentos sino para recordar algunas cosas. Olvidaba todo lo bueno que le ocurría. Desde que falleció su esposa fue masticando una depresión y a lo largo de unos años su mente decidió transformar la pena en un síntoma concreto, la dificultad para ingerir alimento. Esto aunque pareciese complejo, le permitió cambiar cartas en el subconsciente que quedó liberado al soltarle a los médicos la responsabilidad del problema.

 

Las personas solemos olvidar lo malo y recordar lo agradable. Los soldados que cuentan las historias de la mili se centran en las anécdotas simpáticas y los que vuelven de viaje hacen chistes hasta de las dificultades. Cuando alguien comienza a contar solo lo negativo, mala cosa, hay algún problema de ánimo. El caso de este gallego entrañable era nuevo para mí por su forma de presentación, dado que ni él ni su entorno o médicos fueron conscientes lo que pasaba.

 

En el proceso diagnóstico, el error en esta consulta, partía desde el mismo inicio. El médico está obligado a comprobar lo que el paciente cuenta, pero si bien es cierto que puede resultar fácil comprobar que en efecto un paciente tiene fiebre o tiene la rodilla inflamada; otras veces hemos de creernos lo que nos dicen, como en el caso del chiste que os paso a contar rapidito:

 

Resulta que un señor paseando, vio en un balcón de una gran avenida un anuncio que decía: “Doctor Fernández, por 100 euros le averiguamos su padecimiento, y si no lo conseguimos, le devolvemos el doble del dinero”. Resulta que el supuesto paciente, queriendo engañar al doctor y sacar unas perras, subió rauda a la consulta. Soy el Doctor Fernández, ¿en que le puedo ayudar?, son 100 euros y si no acierto recuerde que le devuelvo el doble de su dinero, aquí estoy para servirle.

 

_ Me pasa que he perdido el sentido del gusto, no le encuentro el sabor a nada, mire usted que problema, relató el listillo.

_ “No se preocupe, aquí está el Doctor Fernández”, y el avispado galeno mientras repetía la cantinela de los 100 euros llamó a la enfermera de toda la vida. “Traiga usted el tarro número 13 para este paciente”. Y antes de que terminara de comentar lo del doble del dinero si no acertaba, la fornida enfermera le estaba metiendo una cucharada de excrementos en la boca del “enterao”, que salió por piernas oyendo el soniquete del doctor.

 

Ese soniquete se ve que le retumbó por largo tiempo en el cerebro, dado que dos años mas tarde al pasar por la misma calle y ver el dichoso letrero, “Doctor Fernández, por 100 euros le averiguamos su padecimiento, y si no lo conseguimos, le devolvemos el doble del dinero”, inmediatamente sintió el deseo de subir para vengar su orgullo y de paso recuperar el dinero que tan tontamente perdió.

 

_ “Buenas tardes, soy el Doctor Fernández, estoy para resolver su problema por 100 euros, y si no lo consigo, le devolveré el doble de su dinero”. “Por cierto ¿no lo he visto antes?”

_ “No señor”, contestó el pillo y embustero supuesto enfermo. “Doctor, vengo a que me cure un problema que arrastro de tiempo sin que consiga resolver”

_ “Dígame, que el Doctor Fernández se lo resolverá por 100 euros o le devolverá el doble de su dinero”

_ “Pues doctor, lo que me pasa es que he perdido la memoria. Vamos que se me olvida todo”

No hace falta que os cuente, que podréis imaginaros que en esta ocasión la enfermera no alcanzó ni a coger de la vitrina el tarro número 13 solicitado por el Doctor Fernández, cuando este elemento ya estaba saliendo por el portal una vez recuperada mágicamente la memoria.

 

Cuando nos dicen que han perdido el olfato, el gusto o no pueden tragar, lo normal es que tengamos que creer lo que nos dicen. Con tanta medicina científica, nos olvidamos de tener en nuestras vitrinas “el tarro número 13”.

 

Doctor Carlos de Sola Earle

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Marbella, uno de Noviembre 2015